Esta hermosa tradición mexicana inicia en la época prehispánica, la cual era para los aztecas una celebración de vida y una forma de sentirse cerca a sus seres queridos.
En esta época, nuestros antepasados creían que el lugar al que iban los muertos dependía de cómo morían. Omeyacan (paraíso del sol) para las mujeres que morían en parto o los que morían en combate, Tlalocan (paraíso del Dios de la Lluvia) para los que fallecían ahogados, Mictlán para todos aquellos que morían de forma natural y Chichihuacuauhco para los niños.
Anteriormente, este festejo se celebraba el noveno mes del calendario solar mexica y se celebraba todo el mes, pero con la conquista española, estas fechas cambiaron. Se comenzó a celebrar el 1 y 2 de noviembre porque en esos días se realizaban misas, votos, donativos y oraciones para los difuntos.
Se dice que los muertos comienzan a llegar el 28 de octubre hasta el 2 de noviembre. El 28 llegan aquellos que murieron a causa de un accidente o de forma repentina y violenta. El 29 llegan los ahogados. El 30 se recibe a los olvidados, aquellos que no tienen familia alguna que los recuerde. El 31 se recibe a los que están en el limbo y a los niños que nunca nacieron. El 1 de noviembre llegan los niños y el 2 los muertos adultos.
En el 2008, esta tradición fue catalogada como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).
Los mexicanos celebran la muerte porque los difuntos regresan al mundo para convivir con sus seres queridos.