Hay autores que afirman que fue el propio don Vasco de Quiroga, primer obispo y benefactor del pueblo purépecha recién conquistado, quien al reorganizar la producción de la región se le ocurrió asignar a Tingüindín la actividad panadera completamente novedosa, pues el trigo era un cultivo recién introducido en América.
Una muestra de la panadería artesanal mexicana, es el pan de Tingüindín, elaborado con piloncillo, aguamiel y canela. Su origen se remonta a la Conquista y es típico de la cocina purépecha.
La creencia popular afirma que Vasco de Quiroga, primer obispo de Michoacán, fue quien asignó al pueblo de Tinguindin, la actividad panadera, misma que en ese tiempo era completamente novedosa en estas tierras, pues el trigo era un cultivo recién llegado en América.
Este pan artesanal tiene tres variedades: en primer lugar se encuentran las esponjosas aguácatas (la variedad más conocida en México) elaboradas con harina de trigo, granillo, azúcar y levadura para la fermentación; después vienen las aromáticas cemas chorreadas de piloncillo o azúcar, y por último las empanadas de chilacayote endulzadas con piloncillo.
¿Cómo se elabora este pan?
La mezcla base se prepara con azúcar, sal, agua, levadura, manteca vegetal y se deja reposar toda la noche en una artesa de madera. Posteriormente se enciende el horno de barro con leña de encino, pues el pan se cuece con el calor que resulta después de que se extingue la flama.
Después se combina la masa base con el piloncillo, la canela y el aguamiel, en el caso de las empanadas. Entretanto, el panadero calienta el horno para obtener la temperatura adecuada.
Una vez preparado el horno, comienza la cocción. Primero van las empanadas, a las que se les hacen pequeñas perforaciones para evitar que se deformen por el calor, luego las aguácatas y al final las cemas.
Fuera del horno, el pan se cubre con una ligera capa de manteca de cerdo para protegerlo de la humedad y puede durar hasta 20 días en buen estado