San Juan Nuevo Parangaricutiro es una población que prácticamente renació después de 1943, cuando la erupción del Volcán Paricutín la obligó a cambiar de sitio y de rumbo productivo. Hoy, gracias a su grado de organización social y al desarrollo económico alcanzado en función del uso racional y sustentable de sus recursos naturales, es considerada una comunidad modelo.
Antes del fenómeno natural, el pueblo de San Juan se encontraba 20 kilómetros al oeste de Uruapan, en las faldas del Cerro de Tancítaro, pero tras nueve años de expulsiones de lava y cenizas se cambió a pocos kilómetros de esa ciudad.
Ahora convertida en cabecera del municipio Nuevo Parangaricutiro, se ha convertido en uno “de los más pueblos más progresistas” de la región, pero no fue fácil. En las décadas de 1960 y 1970 sus bosques, su principal bien productivo, fueron sometidos a una explotación irracional que degradó el ecosistema.
En respuesta, y buscando una “integridad territorial” que todavía sostienen, no sin esfuerzo, los comuneros se adhirieron a la Unión de Ejidos y Comunidades Forestales en 1977; tres años conformaron una empresa forestal que todavía sustenta en forma importante la economía municipal y regional.
De acuerdo con la información de la empresa (en: www.comunidadindigena.com) la explotación forestal, de 11 mil de las 18 mil 500 hectáreas pertenecientes a la comunidad, produce recursos maderables que son transformados, en 40 por ciento de las veces, en muebles, molduras, duelas, tarimas y otros productos destinados al mercado nacional y extranjero.
A la par, San Juan Nuevo ha diversificado sus actividades productivas: principalmente con el turismo religioso y el ecoturismo, pero también con la cría de ganado, cultivo de aguacate y producción de zapatos, lo que ha disminuido la presión sobre los bosques cultivados y reforestados.
Vista municipal
Aun cuando se tiene registro histórico de que Parangaricutiro existía ya en el siglo XVI, su territorio no fue constituido como municipio hasta 1831 y, dados los procesos desencadenados por el Paricutín, fue reconstituido como tal en 1952.
Ubicado al noroeste de Michoacán, en la Meseta Purépecha, el municipio se compone actualmente por tres comunidades: San Juan Nuevo, Arandín y Milpillas, que en conjunto suman 234.31 kilómetros cuadrados (INAFED).
Es un territorio serrano, de clima semifrío y húmedo donde abundan los pinos y encinos; hay en sus valles y laderas maizales y pastizales, pero en zonas más bajas crecen huertos de aguacate que han ganado terreno al bosque durante las últimas décadas.
Hasta 2012 (INEGI, Censo de Población y Vivienda 2010) Nuevo Parangaricutiro era habitado por 18 mil 834 personas. Por estos días el Ayuntamiento calcula su población en más de 20 mil habitantes, 80 por ciento de ellos concentrados en la cabecera municipal.
Lo que falta al municipio, de acuerdo con sus autoridades, es impulsar o fortalecer procesos de industrialización para sus productos agrícolas y forestales; atender procesos como la disminución en el cultivo de maíz y continuar con su labor de rescate del suelo, que afortunadamente se cubre hoy con grandes áreas boscosas.
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Te cuento que…
Nuevo Parangaricutiro (antes Patzingo, o Phatsingo), parte del señorío purépecha, fue integrado en 1530 a la nueva Congregación de los Pueblos tras la conquista de Michoacán. Su fundación cristiana se atribuye a fray Juan de San Miguel. En el siglo XVII los arrieros de San Juan se convirtieron en grandes comerciantes y su pueblo se volvió centro neurálgico de la región.
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Tierra de Kúrpites
La tradición religiosa es un factor de cohesión muy importante para los sanjuanenses. “Desde antes de la conquista era un pueblo unido por la religiosidad” –comenta el alcalde, Gabriel Anducho Capoverde–, y esto se ha conservado con los siglos, especialmente en torno a la adoración del Señor de los Milagros, la Virgen de la Purísima Concepción y festividades como la del corpus christi.
Nuevo Parangaricutiro también se conoce por su danza de los kúrpites (“los que se agregan”), cuyo origen preciso es desconocido. Cuenta Anducho Capoverde que la danza, que se escenifica del 6 al 10 de enero de cada año, tiene origen en rituales paganos a la naturaleza y los dioses creadores.
En ella, explica el munícipe, está concentrada la familia cósmica: el tarepeti (gallo viejo o patriarca), el tata Juriata (padre sol) y, entre otros, la maringuía, representación de Nana Cutzi, que también refiere a Xaratanga, diosa de la fertilidad.
Luego de la evangelización las representaciones cambiaron y, según la oralidad, ahora refieren a San José, la Virgen María y en torno a ellos los kúrpites, que son las estrellas en el firmamento, o bien, los pastores que adoran al Niño Dios.
Sabores de San Juan
Nuestro municipio es conocido en México y el mundo por su cocina tradicional, explica el alcalde. De raigambre purépecha, sus guisos son variados y sabrosos: “se cocina churipo y corundas, y también atápacuas de charales, quelites, hongos, frijol tierno, habas, repollo y otros aditamentos”.
Además, “también se come la chanducata, un guiso que se hace con carne de res, como un caldo pero se guisa con cilantro, cebolla, yerbabuena y está riquísimo”, añade.
Como especialidad, las cocineras de San Juan preparan “hongos colorados (llamados trompas de puerco, orejas de puerco) y el cupacat”, un atole de maíz condimentado con cebolla, ajo, sal y cilantro, al que se adiciona queso.
Por último, refiere Gabriel Anducho, están “las yurudias”, las chapatas y, algo importante: los chiles de molcajete, de muchas variedades y a veces acompañados con semilla de calabaza o de chilacayote, y tomate de campo”. Todo eso, para probar el sabor de San Juan.
“Hay que entrar a San Juan bailando porque así dice la tradición, bailando o de rodillas, para entrar en contacto con el Señor de los Milagros”:
-Gabriel Anducho