Una posada sin piñata no es posada. Ese momento cuando todos están formados, listos para darle unos palazos a la piñata para terminar con ella. Ver cómo cada persona intenta darle golpes sin éxito alguno. Y escuchar la misma canción una y otra vez “dale, dale, dale, no pierdas el tino…” Hasta que llega ESE individuo, ese individuo que logra romper la piñata y hace que, los dulces que se encontraban ocultos, salgan a la luz, para que todos los niños, jóvenes y hasta adultos agarren los deliciosos dulces.
Las piñatas tienen su origen en China, con formas de bueyes y vacas, las cuales eran realizadas con papeles de colores y rellenas de semillas. Se rompían las piñatas a palazos durante el Año Nuevo Chino, posteriormente le prendían fuego y la gente se peleaba por las cenizas porque se consideraban de buena suerte.
Una vez que llegó Marco Polo a este país, se llevó esta tradición a Italia donde las bautizaron como pignatas. Posteriormente, se pasó esta tradición a Europa hasta que viajó a América.
Al llegar a México en el año de 1586, se le creó un significado totalmente diferente. Éstas se introdujeron en las “misas de aguinaldo”, que más tarde se convirtieron en las posadas.
La piñata es creada por un olla de barro y cubierta de papel de china de colores llamativos para así poder representar los placeres superfluos. Estos placeres son todos aquellos que no son necesarios y están vinculados al deseo de la riqueza, poderío, honores, entre otros.
Los siete picos que tiene simbolizan a los siete pecados capitales y estos deben de ser destruidos con los ojos cerrados o con una venda cubriéndolos, haciendo alusión a que la fe es ciega. Al destruir la piñata, se termina con las tentaciones.
Los caramelos y dulces que se guardan dentro de la piñata representan las riquezas del reino del cielo.