En más de 30 años de trayectoria artística, Javier Marín ha llevado su arte a distintos países, pero siempre vuelve al origen, al barro del que está hecho este escultor de rasgos renacentistas y carácter contemporáneo a un tiempo.
Hasta los 9 años vivió en Uruapan, ciudad a la que volvió en la pasada primavera con la exposición colectiva Anillos Concéntricos, con la que Javier Marín hace una suerte de homenaje al bagaje artesanal de su ciudad natal, ya que en las obras reunidas, los artistas interpretan de manera muy personal las técnicas del arte popular.
“Siempre he sido muy consciente de cómo el haber vivido esa primer infancia en mi pueblo me construyó como persona. Es un gran privilegio vivir en un pueblo como Uruapan,donde estás muy en contacto con la naturaleza y todo tiene una escala mucho más humana”, comparte Javier Marín, quien se asume también como “chilango”, aunque en realidad lo impulsa un espíritu nómada que lo ha llevado a instalar un taller de trabajo en Yucatán.
Su obra escultórica es, precisamente, una disertación sobre la condición humana y los imperativos de la materia. El discurso y la resolución formal son una sólida unidad que sintetizan también las circunstancias de vida del artista: Marín refiere que comenzó a trabajar en barro por el bajo costo del material, y la segmentación de la figura humana fue, de inicio, una solución al problema técnico de no contar con un horno de grandes dimensiones y tener que cocer las piezas por separado.
Después del barro vino el bronce, las resinas, y la experimentación con otras disciplinas y formatos: “estoy empezando a desarrollar varias series que tienen que ver más con procesos fotográficos y que son al final obra bidimensional”, trabajo que muestra una vertiente completamente distinta de las obras que conocemos de este artista, y que podremos apreciar en Michoacán en octubre.
En realidad, en Michoacán es poca la obra que conocemos de este prolífico artista que en 3 décadas se ha ganado un lugar distinguido en el arte mexicano y que ha obtenido premios internacionales como el de la Bienal Internacional de Beijing (2008) y el título de Caballero de la Orden de Orange-Nassau, que le otorgara en 2009 la Reina de Holanda.
El artista michoacano sabe que si se quiere vivir de la creación artística es necesario jugar en el tablero del mercado del arte, entender sus reglas y tener una estrategia para salir bien librado; es decir, conservar la libertad e independencia creativa.
Javier Marín se ha ganado un nombre, y con ello el derecho a defender su identidad creativa;
“hay un Javier que trabaja dentro del estudio donde nadie más puede entrar, es un trabajo en solitario que no está condicionado por nada: ni por mercado, ni personas, ni teorías, ni nada! Está el otro Javier que atiende el tema del mercado, que está consciente de que debe atenderlo si quiere seguir viviendo de esto que tanto le gusta hacer. Son cosas totalmente distintas”.
Con todos los éxitos y experiencia ganada en su trayectoria, Javier Marín busca contribuir a que los habitantes de Uruapan cambien el relato de su realidad a través del arte. Con ese propósito, apoya al fortalecimiento de La Fábrica de San Pedro como un centro cultural que, además, pueda ser parte de un circuito de intercambio de exposiciones y actividades con otros espacios culturales, como el Clavijero; es por ello que en octubre regresará a su ciudad de origen con una exposición individual, misma que será presentada después en Morelia.