Hace años José Isabel Texta Verduzco conoció por primera vez los parajes de El Chocolate, una comunidad escondida en la sierra de Churumuco en Michoacán, investido como militar, era la herencia y continuidad de una familia que siempre ha estado enrolada en el Ejército Mexicano al servicio de nuestro país, su padre y dos hermanos también son parte de la milicia, José contaba con alrededor de 5 años de servicio cuando llegó por primera vez a estas tierras.
Corrían los años del 2003 o 2004, cuando en sus recorridos de reconocimiento observó unas aves que le parecieron muy peculiares, eran guacamayas verdes (Ara militaris), las reconoció porque cuando estaba encuartelado, como parte de su preparación, tomó clases de especies endémicas de flora y fauna; fue ahí donde surgió su amor por esta ave tan peculiar.
Mas tarde conoció a Andrea Ponce, vecina de esa misma comunidad, se enamoró y decidieron dedicar su vida juntos al rescate y conservación de esta hermosa especie, al compartir su amor por la naturaleza desde el 2007, a través de acciones altruistas.
“Comenzamos a seguir con más determinación el movimiento de las guacamayas, qué hacían, dónde tomaban agua, como se alimentaban. Así fui conociéndolas más, a los pocos años comencé a observar que ya estaban regresando muy pocas, hasta que le dije a mi esposa que había que conseguir apoyo para su conservación”, dijo,
Ya que, como muchas otras aves exóticas, las guacamayas verdes también sufren del asedio de personas que se dedican al tráfico ilegal de aves preciosas. Alrededor del 2010 esta población estuvo a punto de desaparecer.
José, “el Gucamayo”, como le apodan, constituyó el proyecto denominado “Guacamayas Calentanas”, y junto con toda la comunidad conformaron el grupo ambiental “Guacamaya Verde” y el “Grupo Ambiental Infantil Guacamaya Verde”; Tras casi 15 años de labor de rescate se han convertido en un referente regional por el trabajo de conservación y educación ambiental, donde actualmente más del 70% de la comunidad El Chocolate participa en las tareas para proteger a estos y otros ejemplares endémicos.
Con la creación de su propia Asociación Civil, más habitantes se sumaron al proyecto y al día de hoy, todos participan; los más pequeños de esta unida población han aprendido a hacer monitoreo y restauración, mientras que los grandes hacen faenas de reforestación, presas de piedra acomodada para fomentar la restauración de suelo; las mujeres, se encargan de un vivero de especies nativas y de un huerto comunitario donde producen parte de los alimentos que consumen en la comunidad.
“El trabajo de las mujeres ha sido muy importante en este contexto, en otras situaciones hemos visto que para nosotras es muy complicado sobresalir, pero en lo que hacemos es muy satisfactorio ser portavoz del trabajo que se realiza por la naturaleza, así como para involucrar a otras comunidades”, expresó Andrea Ponce.
También se trabaja en el equipamiento necesario para el monitoreo de la guacamaya, esto se podrá hacer con el uso de herramientas de tecnología que faciliten el rastreo y su dispersión, dado que casi medio año las guacamayas migran a distintos sitios donde, se presume, corren riesgos como ser atrapadas para su tráfico ilegal.