“Se hablaron muchas cosas del volcán, incluso se le llamó castigo de Dios… Cómo un fenómeno natural provoca un cambio de la mentalidad y crea mitos e imaginarios que permanecen”
-Sánchez Díaz
En la Tierra Caliente, a unos 10 kilómetros al noreste de la cabera municipal de La Huacana, se alza una estructura de mil 299 metros de alto, cuyo cono tiene forma de herradura; al interior, un cráter de 300 metros guarda una lava dormida que emergió desde el centro de la tierra hace 257 años.
Es el Jorullo, el volcán más antiguo de la época moderna, y el primero en nacer en tierras novohispanas, cuando se convirtió en anzuelo de exploradores, científicos, curiosos y, por ello, de alguna manera, en el primer sitio turístico de Michoacán.
En 1958, el Jorullo realizó su última erupción importante y desde entonces, salvo algunas fumarolas en 1967, ha permanecido en calma. Surgió un 29 de septiembre de 1759 y se mantuvo activo hasta 1774, en los terrenos de la hacienda azucarera de San Pedro, en los bordes meridionales del Eje Neovolcánico (Urquijo Torres, 2010).
“Se dice que al hacendado, quien vivía en Pátzcuaro, le informaron que se oían ruidos extraños en el suelo. Entonces mandó escarbar porque pensaba que podía ser una corriente de agua que ayudaría a sus cultivos, pero conforme escarbaron descubrieron ruidos más extraños y pidió auxilio”, refiere el doctor Gerardo Sánchez Díaz.
Lo que vino después fue una gran explosión de cenizas, vapores y temblores de tierra que ensombrecieron el día. Se imploró al cielo y la gente encontró explicaciones distintas pues, en nuestra historia, los volcanes han sido representados como “entes sexuados…, entidades supranaturales que podían provocar hambrunas u otras desgracias” (Urquijo Torres, 2010), según las tradiciones agrarias.
Los cultos a Guadalupe
La nuestra ha sido tierra de volcanes desde tiempos inmemoriales, pero sólo con el Jorullo “los habitantes de Michoacán vieron nacer un volcán: fue el primer volcán de que se tiene registro, y por eso llamó mucho la atención”, explica el doctor.
El Jorullo, dice el historiador, causó “gran conmoción social, transformó el paisaje, e influyó mucho en la mentalidad de la gente” de Tierra Caliente, la cual todavía ejerce prácticas relacionadas con él, aunque no lo sepa.
Por ejemplo, cuando surgió el volcán la gente pidió auxilio al cura de La Huacana, y éste “hizo un ritual para exorcizar el lugar”, que no impidió explosiones más violentas. La propia capilla de la hacienda quedó destrozada por los temblores, las cenizas y el lodo, pero “decían las gentes, sólo quedó en pie fue la imagen de la Virgen de Guadalupe (que hoy se guarda en La Huacana)”, explica Sánchez Díaz.
“Si usted –añade el doctor– ha ido por esos pueblos en estas fechas, va a encontrar que la gente saca las imágenes de Guadalupe a la puerta de las casas, en las banquetas o el jardín; quizá no lo saben pero eso les viene de la devoción que despertó el volcán”, cuando desde la catedral de Valladolid se determinó que cada sábado se haría una procesión con la imagen llevando 12 velas encendidas.
Algo así habría visto José María Morelos, cuando llegó a los pueblos terracalentanos una década después; “el mismo escenario de ese culto Guadalupano, que él también promovió”, explica el co-autor de Carácuaro de Morelos: historia de un pueblo de la Tierra Caliente (1994).
Humboldt y el volcán
Aun cuando había memoria de volcanes, como el de Pompeya, el mundo nunca había conocido uno tan de cerca. De ahí que el legendario explorador y científico Alexander von Humboldt llegara a Michoacán para verlo.
De acuerdo con el también director fundador del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Humboldt registró el coloso hacia 1813, a través de grabados y escritos, donde describió un paisaje que no existe más, dada la recuperación gradual del ecosistema.
Atraído por los relatos, el prusiano subió hasta el cráter mismo, que había disminuido su actividad; “empezaba a regenerarse la vegetación y él encontró plantas en los alrededores, nuevas especies que llevan el nombre de Jorullo”, relata el historiador.
Tanto impactó la descripción de Humboldt –“la incluyó en su Ensayo Político de la Nueva España, de 1811, y después en Cosmos”, señala Sánchez Díaz– que más científicos y exploradores, buena parte extranjeros, “empezaron a llegar con su libro bajo el brazo, como si fuera una guía turística”. Así, el volcán se convirtió en nuestro primer atractivo.
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Tesoro de Michoacán
El Volcán Jorullo es un Área Natural Protegida, debido a su rica diversidad biológica. En él se encuentra flora anómala (para la región), como pinos y árboles de changungas, adempas de su especie endémica: la Palma Real. También hay árboles de parota, higuera, cueramo, bonete, pánicua, y copal.
Constituido como Reserva Patrimonial, cuenta con una superficie de 3 mil 600 hectáreas, donde habitan poco más de 300 especies de mamíferos, aves, anfibios y reptiles, entre los cuales se encuentran pumas, tigrillos, coyotes, pericos frente naranja, chachalacas, víboras de cascabel e iguanas verdes y negras (SUMA, 2007).[/box]