Zamora es el tercer municipio más poblado de Michoacán; es el primer productor nacional de fresa, uno de los más importantes de la región en cuanto a economía se refiere y, también, un territorio culturalmente diverso, marcado por una tradición religiosa que se ha gestado durante siglos.
Fortis in Fide
De su pasado virreinal, Zamora mantiene una identidad colectiva basada en conceptos como el decoro y la dignidad, ambos inscritos en su escudo de armas, donde también se enaltecen los de “fuerte y fiel” (Fortis et Fidelis) para referirse al carácter del zamorano; o, más precisamente, Fortis in Fide, fuerte en la fe, como prefieren algunos autores.
La religiosidad zamorana ha pasado varias pruebas; quizá pocas tan cruentas como las del siglo XIX, cuando la rivalidad política entre liberales y conservadores mexicanos llevó a la Guerra de Reforma (1857-1861), cuando, por cierto, el actual municipio se decantó por los segundos.
Y es que desde antes de la Guerra (1846) y hasta una década después, el rechazo a la ideología liberal que imperaba en ciudades como Uruapan y Morelia fue de tal grado, que hubo incluso un proceso formal para separar al municipio de Michoacán y hacer de su cabecera la capital de un nuevo estado que, básicamente, ocuparía el territorio de la Diócesis zamorana de entonces (Tapia Santamaría, Colmich, 1986).
De los muchos hijos célebres…
Como receptora de una firme tradición religiosa, la región de Zamora cuenta entre sus hijos ilustres a una buena cantidad de hombres de fe; por ejemplo, tres arzobispos: Antonio Labastida y Dávalos (el que promovió el primer proyecto separatista), Francisco Orozco y Jiménez y, Francisco Plancarte y Navarrete.
Curiosamente, también han nacido ahí algunos liberales de trascendencia, comenzando por Luis Padilla Nervo, autor de la reforma del artículo tercero constitucional (esa que promovió la educación socialista en 1934 y atrajo una nueva disputa ideológica en el país); así como el general Gildardo Magaña Cerda, revolucionario zapatista y gobernador de Michoacán al momento de su muerte quien, por causas de guerra y encierro, enseñó a leer a Francisco Villa.
Otros ilustres zamoranos son Alfonso García Robles, diplomático convencido del desarme internacional por lo que obtuvo el Premio Nobel de la Paz, en 1986; Eduardo González “Rius”, caricaturista mexicano creador de “Los Supermachos” y, más recientemente, el futbolista mexicano Rafael Márquez.
Los hacedores de tumbas
Zamora de Hidalgo, la cabecera municipal, es homónima de una ciudad en Castilla, España, debido a que algunas de las familias que la fundaron, a principios de la Colonia (1574) venían de ahí. Pero la zona registra un poblamiento mucho más antiguo.
Los actuales municipios de Zamora y Jacona fueron en tiempos precolombinos parte de un valle cenagoso llamado Tziróndaro. Ahí, a unos 10 kilómetros del centro zamorano, se asentaron hace más de 3 mil años los “hacedores de tumbas”, como los llama el arqueólogo Arturo Oliveros Morales (Colmich, 2004).
De su presencia no quedan yácatas o vestigios habitacionales, pero sí, un complejo funerario colectivo muy especial: está construido bajo tierra, según un sistema de “tumbas de tiro” (semejantes a las de Egipto pues se desciende a ellas por un pasillo abovedado de varios metros de largo, en este caso), las cuales están presentes en sitios como Jalisco, o Colima; tienen datas de 1200 a 1500 años antes de nuestra Era Común.
A este sitio se le conoce como El Opeño; fue descubierto en la década de 1930 y sus hacedores habrían sido –según Oliveros– una “sociedad dedicada a la agricultura, la pesca, la caza y la recolección”, posiblemente con tendencias nómadas y, como es evidente, profundamente arraigada a los cultos a la muerte.