Rebozos piedadenses, tradición viva

Como accesorio de lujo, o como prenda cotidiana, el rebozo se mantiene vigente no obstante al cambio de modas y costumbres. Y en La Piedad, Michoacán, incluso vive una etapa de renacimiento que ha llevado a un proceso inédito en este renglón: la creación de una Marca Colectiva.

Por más de cien años La Piedad produjo rebozos en sus numerosos talleres familiares, pero la tradición casi desaparece a mitad del siglo XX debido a la transformación de las relaciones laborales y de los hábitos sociales, como refiere Juan Luis Torres, de la fábrica Nuestro México:

¿Qué los hace únicos?

Los rebozos de La Piedad son especiales porque están hechos con artisela, una fibra brillante, parecida a la seda, que se extrae de los árboles y es importada desde España, Estados Unidos u otros países, y además tiene diseños únicos, incluyendo un tipo de anudados en los flecos.

“Hay rebozos que sólo se producen acá, como el “María Félix”, semejante al rebozo tradicional de jaspe, que no se hace en ningún otro lado del país y que tiene una técnica patentada”, explica, con orgullo, Juan Luis Torres.

Crear un solo rebozo como éstos lleva por los menos tres meses a partir de que se urde el hilo en color natural; después se tiñe y desde ahí, restan otros 19 procesos para obtener una de estas piezas. De trata de un trabajo lento, que requiere manos diestras y especializadas para cumplir su cometido.

La manufactura del rebozo es un arte que se ha conservado desde antes de la Conquista española, y cada región le ha imprimido un estilo particular. Según la historia oral, en este municipio se han producido rebozos desde finales del siglo XIX.

“Entre 1940 y 1950, la producción de rebozo en el municipio llegó a ocupar al 30 o 35 por ciento de la Población Económicamente Activa. Entonces, la mayoría era rebocero; sin embargo, hubo dos factores que contaron mucho”.

El primero fue la fundación del Instituto Mexicano del Seguro Social, en 1943, con el que se obligó a asegurar al personal. Indica Torres, los productores “no supieron lidiar con los requerimientos fiscales y con la responsabilidad social con los empleados”, por lo que esos talleres no se incorporaron al proceso de industrialización que se gestaba en el resto del país.

El segundo factor fueron las costumbres religiosas. “En la iglesia empezaron a permitir que la gente entrara sin cubrirse la cabeza y, entonces, las mujeres dejaron de ponerse su rebocito”, explica

Revalorar lo nuestro

Con todo, hoy en La Piedad la producción de rebozos está en crecimiento. “Hemos visto un auge en los últimos 10 o 15 años. Somos menos talleres qe antes, pero producimos más ahora que hace dos décadas”, señala el representante de Nuestro México, una de las tres fábricas reboceras más importantes en el Municipio y la más longeva, con un siglo y más de existencia.

Estas fábricas (Zambrano, con más de 60 años de tradición y la Sociedad Cooperativa Textil Artesanal, también con varias décadas de vida) se han organizado para crear una Marca Colectiva del rebozo piedadense, con apoyo de la Secretaría de Desarrollo Económico (Sedeco) de Michoacán y el acompañamiento del Ayuntamiento local.

Con ello, la entidad reúne 46 Marcas Colectivas en distintos rubros y se posiciona como es líder nacional en la confección de rebozos. Según información de Sedeco, este distintivo beneficia a más de 150 productores y empuntadoras, por lo que se conservarán más de 220 empleos.

En palabras del secretario Antonio Soto, las Marcas Colectivas representan un motor económico regional y estatal; promueven una mejor distribución y posicionamiento en el mercado, mayor confianza del consumidor y mejores rendimientos, ya que impulsan estrategias comunes de comercialización.

Mercados internos

Los reboceros de La Piedad venden su producción en todo el país, pero cuentan con un “excedente que podría ser exportable; no habíamos dado ese paso porque nos preocupamos más por el mercado nacional para el pago de nómina, pero la exportación es deseable”, indica Juan Luis Torres.

Bajo el nuevo esquema, los reboceros locales podrán ser más competitivos en los mercados internos y externos, con los beneficios económicos que ello representa. Así, estarían mejorando las condiciones de vida de unas 300 familias, estima el productor.

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